domingo, 25 de marzo de 2012

El escondrijo de los cachivaches (Reflexión)


Casi nunca había empleado más de diez segundos en pensar en "esos cachivaches", de hecho dudo alguna vez haber pensado seriamente en ellos, hasta que de pronto allí estaban frente a mí...

Si quieres leer esto, va la advertencia como en las películas "No apto para cardiacos" o más bien para aquellos que no estén dispuestos a pensar en cachivaches por más de un minuto, quizá cinco o diez...

Y bueno, esta vez quiero agradecer a David, gracias niño por ayudarme a editar esta reflexión y aunque no lo paresca, si te quiero, jeje...

El escondrijo de los cachivaches


Ayer entré a la carrera a esa parte de la casa, oscura, sucia y abandonada. Sé que todos los hogares tienen uno igual; un cuartito, una bodega, una sección, que sin esperanza ni sentido guarda empolvados todos aquellos recuerdos de varias épocas, que no sirven ni son útiles, simplemente existen y están allí para confirmar que una vez fueron esplendorosos y después de una trayectoria han llegado hasta esa oscuridad de la que con alguna suerte saldrán para recobrar su belleza y valor.

Lugar de olores y sensaciones, de tiempos y recuerdos. Espacio apretado, abarrotado, atiborrado y aglomerado por miles de objetos olvidados, inanimados, sin vida. Abandonados a su suerte, dejados al delirio del tiempo que avanza y los recubre de viejos olores, de antiguas remembranzas, añoranzas, nostalgias y tristezas.

Espacio silencioso, callado, tranquilo, en calma aparente, que guarda en instantes estaciones y memorias. Conserva en delirios todos los llantos, los gritos, bramidos y alaridos afligidos de todos aquellos objetos caídos; juguetes desmembrados, ropas laceradas, revistas que pierden el sentido, figuras mutiladas, muebles trasquilados, objetos cercenados, visiones del tiempo.

La única ventana mantiene variedad de inquilinos pegados a esa seda de araña que irónicamente se convierte en su única compañía al inmiscuirse por doquier, inclusive en las cortinas podridas por el tiempo y el calor incesante del sol. Abriga detrás de su espectro miles de angustias descuajaringadas del viento.

Abajo en el suelo en completa ansiedad expectante se encuentra aquel cajón blanco que no lo es más, una serie de tablas, de clavos salidos, un rompecabezas esperando ser arreglado para volver a brillar. Quién sabe si logrará ser visto cuando deprimente se asoma al mirar que alguien se acerca como queriendo escapar del instante fugaz.

Madriguera decorada con apuro, a la carrera. Rincón espontaneo según el momento. Lugar de abandono improvisado. Todo ha llegado hasta allí, casi arrojado en la prisa del instante, encajado en el espacio que mejor le acomodaba según el minuto, llegados cual relámpago impredecible tras abrir y cerrar la puerta, ver caer su última esperanza de retorno que se cerró. Han ido formando estructuras deformes, todas queriendo derrumbarse, salir, escapar. Todas buscando regresar y sin embargo cada día llegan más a esa tremenda inmensidad.

Son objetos que miran tristemente desde su escondrijo, inmersos en el oscuro espacio lleno de polvo y pelusa que ni el viento quiere llevarse. Algunos de ellos debajo de la cama sin pata que aun espera ser operada y en cambio acepta por injerto un par de tabiques que se desmoronan poco a poco conforme ella se hace más vieja y sigue a la espera.

A lo lejos, en la esquina más alejada, fría y apesadumbrada se encuentra una guitarra, con las cuerdas rotas esperando a ser reparada, sin saber que no hay nadie quien las haga vibrar porque su anterior dueño partió hacia la infinidad de la esencia y los que ahora habitan esta existencia ni siquiera desean apreciar un acorde.

Detrás de un viejo ropero, destartalado, con el techo hundido y la espalda quebrada, se encuentra una caja marchita, polvorosa que aun guarda el latido de la infancia, de las ropas que una vez fueron gala y hoy ni disfraz escalan.

Faldas largas de danza, de tela delgada y podrida que delinea pequeños cuerpecitos que un día las usaron, ese momento en que esplendorosas y presumidas posaban ante las cámaras queriendo ser retratadas en el patio de la escuela, en el jardín de la casa, a la hora de la comida, en cualquier instante, sea festejo de primavera o un diez de mayo en que gustosas brincaban al ritmo de la música, pavoneándose de ser hermosos pavorreales.

Entre aquellas enaguas se encuentra como disimulado un saco marchito de grandes botones, llora su abandono, recuerda una época que por más estrafalaria ha quedado en el olvido. Ahora susurra sus añoranzas a ese chal de la abuela que aun guarda entre sus hilos aquel cabello blanco que alguna vez se enredo en su tejido, del que nadie se ha percatado, guardado como gran tesoro, intocable y sin embargo huérfano en el delirio, en el olvido del desamparo ininterrumpido.

En la cumbre del viejo ropero, se encuentra un desfile de antiguos juguetes, peluches y muñecas que si no les falta una cosa, les hace falta otra; sin zapatos, sin ropa, heridos, descosidos, deshechos, deshilados, despeinados, sin cabello, sin llantas, sin puertas, rayoneados, sin pintura, sin esmalte, sin brazos, sin piernas, sin ojos, tuertos o ciegos, en llanto; sucios, polvosos, mugrosos, mugrientos, grasientos, mohosos, polvorientos, cenicientos, abandonados y deprimidos, esperando todos ellos por la risa de un niño que no llegará porque ya ha crecido, dejados a la amargura de la soledad, rechazados de la alegría del hogar, de la algarabía de la felicidad, dejados al escarnio del rodar del silencio.

Allá bajo un estante, asoman temerosos unos cuantos pares de zapatos que han perdido su caja, han perdido su estilo, se han extraviado en la moda y en el clima; que si un tacón o una hebilla o un color, todos guardados porque sirven, unos rotos, otros descocidos esperando al zapatero que jamás vendrá, unos nuevos, otros casi sin estrenar, todos ellos en espera de una fiesta fugaz que los haga bailar y mientras tanto tristes y escondidos, polvorientos y sin más, aguardan el momento de por fin deslumbrar.

En la pared una foto que se asoma; es el retrato de los abuelos cuando tenían dieciséis, enmohecido y marchito, con el listón tronado y el cuadro de ladeado, casi roto y desvalido, abandonado en la espera de un nuevo vidrio porque el suyo se ha quebrado y en la niebla del pasado mudo y silencioso se ha borrado. En donde las sonrisas se despintan y la mirada se pierde entre la suciedad y la nada, entre el polvo y el vacío, en continuo deterioro sin consulta ni respuesta.

En el piso una olla sin perchero ni manija, agujereada y abollada, llevando a lomos de vientre la carga de la herramienta que ha extraviado su cajón que un día destrozado llegó al rincón. Ese rincón que aún guarda algún libro de infortunio que sin saberlo erróneamente cayó, esperando un rescate que lo devuelva al librero y lo salve del desastre de que al abrirlo hasta las palabras que contiene se desintegren cuando imploran.

Más allá y por allá del mismo sitio, se encuentran las valijas, las maletas y petacas, cofres, maletines y equipajes que guardan en sus entes vacíos a su misma parentela, queriendo ahorrar espacio en el jardín de lo indomable. Aguardan un murmullo, un rumor y un susurro del próximo gran viaje. Esperan la marcha y el traslado que los lleve de vuelta al ruedo, sin imaginar que ya jamás saldrán porque en el closet esperan nuevas, elegantes y presumidas unas maletas petulantes y engreídas.

En lo alto de un estante que apenas se dibuja, se encuentran deprimentes los trabajos escolares, aquellas maquetas excelentes de una galería y un teatro, hundidas en el polvo de la bolsa que las cubre, temerosas de salir, prefieren ocultarse, bien sabido es entre ellas que cuando las cachen escondidas irán directo al basurero, ellas que un día fueron alabadas por varios estudiantes. Entre sus cuerpos inertes protegen una masa amorfa, alguna vez un elefante de plastilina que semejaba la escultura de Bernini, hoy podría llegar a amasarse y servir en un tranvía, sin ningún chiste mucho menos elegante.

Todos estos cachivaches están a la espera, siempre afligidos, abatidos y contrariados. Todos desean volver a ser usados, unos hacen ojitos y otros caricias, todos buscan su retorno, esperan su destino. Quizá alguno de ellos rompa el tiempo y logré alcanzar la luz de un nuevo día y feliz se preste a servir nuevamente a un distinto dueño. Hasta entonces la melancolía del silencio, el polvo y la oscuridad son su única compañía, su desconsuelo, su vida y su latir, la espera sin fin.

¡Pobres cachivaches inválidos!, ¡Pobre escondrijo sin alas!, oscuro y decadente, sin viento, irrespirable. Atmósfera de tormento, eco sin sonido, sin palabras, sin melodías, sin música, vacío y húmedo. ¡Pobres soñadores desatendidos! Cachivaches mudos incomprendidos que esperan un milagro, una reparación, una caricia, un susurro. Petrificados y desdibujados del rodar de la humanidad, recluidos en el espacio indómito y salvaje de la oscuridad, en la penumbra del abandono, del desconcierto, en donde sus fantasías de libertad y esperanza se ven anuladas en el infierno de la espera inagotable, con la fe firme de que en  algún momento un amable mecenas, un ente bueno que se compadezca de ellos y les regrese vida y esplendor, que les permita circular y encontrar su camino para dejar de ser basura que sirve y jamás se utiliza.

Deprimentes trastos sin identidad, despreciados sin sentirlo, sin pensarlo, solo sin más arrojados al huracán del silencio, desarraigados de su porvenir, ocultos del mundo, de la vida. Pobres inquilinos del vacío que existen sin esencia, que viven sin existir, fantasmas del tiempo, espectros de una época, recuerdos olvidados. Cachivaches, trastos, cacharros, todos ellos invadidos de una soledad casi enferma, oscura, lóbrega y tenebrosa, deprimente sin aliento, sin hálito ni respiro. Bártulos, bultos y bolsas, enseres y menesteres, utensilios encerrados, aprisionados y recluidos sin libertad. ¡Pobres cachivaches del escondrijo! ¡Pobre escondrijo de cachivaches! Pobres diáfanos trastos que no tienen andenes ni redes ni trenes, no cuentan con auto, tampoco avión, ni bicicleta o andadera que los pueda llevar a donde curen sus heridas, lesiones laceradas traspasadas de ingenuidad. No hay quien los lleve al cielo de lo útil, al paraíso de lo bello, al jardín del entierro. ¡Pobres insulsos cachivaches!

Addy Molina

martes, 20 de marzo de 2012

Virgen del Apocalipsis (Representación)

Hace un tiempo en la escuela hice esta representación de "La Virgen del Apocalipsis" de Miguel Cabrera. Realizada con mi técnica favorita, el pastel seco.



Y bueno, esta es la pintura original, con su respectiva ficha técnica:


     

      -  1765
      -  MIGUEL CABRERA
      -  Religiosa
      -  Barroco Novohispano
      -  Nueva España
      -  Oleo sobre tela, 42.5 x 33 cm
Ahora les comparto mi impresión sobre esta pintura y el porque decidí elegirla para mi representación:

El rostro de la Virgen refleja una gran ternura, al igual que los rostros angelicales que custodian de ella. Nos proporciona un sentimiento de tranquilidad y paz.
Me parece que a pesar de que el cielo tiene nubosidades que parecieran tormentosas o acaso a punto de la llovizna, la presencia de la Virgen sobre ellas y un sol resplandeciente parecen querer transmitir un sentimiento de bondad y luz sobre las sombras, el triunfo del bien sobre el mal.
La pintura transmite ese sentimiento de paz interior, hay alguien que te cuida en cualquier situación inquietante.
La decisión de realizar una representación de esta obra se dio primero porque quise tomar una obra de Miguel Cabrera ya que me pareció interesante que él fuera uno de los pintores que dio autenticidad al manto de Juan Diego, es decir a la aparición de la Virgen de Guadalupe y que considerará que ésta no fue hecha por ningún mortal sino que era una obra celestial.
Después ya elegido el autor, me decidí por está obra, la Virgen del Apocalipsis ya que para ser sincera, no sabía que en la religión existiera una Virgen del Apocalipsis, y al ver la imagen me encanto la idea de realizarla. Atrajo mi interés la imagen de las nubes oscuras sobre la que se sitúa e inmediatamente las relacione con el nombre “Apocalipsis”, que realmente no se si tengan algo que ver, pero a mí me pareció que sí. 
Y bueno, les dejo la bibliografía de donde saque los datos técnicos de la pintura.  Y por último, por favor no juzguen mucho mi dibujo, jajaja  NO SOY Miguel Cabrera, jajaja...

BIBLIOGRAFÍA
-  Marcello Fagiolo, Joan Ramón Triado, Rosa Ma Subirana, Historia del Arte Barroco, ediciones culturales Internacional.
-  José Luis Morales, Cristóbal Belda Navarro, Historia Universal del Arte, El Barroco,  ed ESPASA.

Addy Molina 

OTRAS ENTRADAS DE ARTE EN MI BLOG QUE QUIZÁ TE INTERESEN:




La Estancia Azul (Libro recomendado)

La estancia azul
de Jeffery Deaver

Hace unos años  que leí este maravilloso libro y he querido traerlo hasta ustedes, quiero hablarles de él sin estropear la historia... Así que no crean que les narraré los sucesos del libro, para eso, deben leerlo, claro si después de leer mis locuras y extravagancias sobre él, les queda como la espinita de la curiosidad que los empuja a este abismo de letras. Hoy simplemente lo traigo hasta ustedes porque ahora comienzo la lectura; amo cuando ya he leído un libro y vuelvo a él después de unos años y aun pueden sorprenderme los giros del relato.

La estancia azul es una novela majestuosa, maravillosa, apasionante, enloquecedora, imponente e inquietante que hace que tu corazón palpite rápidamente a un ritmo increíble e incluso lleva tu adrenalina desde la cabeza hasta los pies y de regreso, donde no sabes que es lo próximo que te espera. Te hace volar en un segundo, en el que te percatas de que tu mente y todos tus sentidos se encuentran inmersos en cada acción y cada lugar narrado y descrito por el autor. La lectura te enamora tranquilamente para después traicionarte y aún así la continuas amando porque cuando te traiciona es todavía mejor y no logras separarte de ella hasta saber que nueva jugada sucia te espera, es ahí donde tu emoción se vuelca nuevamente para seguir intrigado y no dejar de leer hasta terminar la última de sus páginas y llegar a su final.

La estancia azul está llena de encrucijadas por las cuales el autor nos va llevando de la mano para crear en nuestro interior un pensamiento, logrando distraer a nuestro inconsciente que queda atrapado por cada acción insospechada del personaje principal. Nos envuelve en el peligro sin percatarnos de la situación hasta que actúa de cierta forma donde nadie en su camino está a salvo y sin embargo a pesar de conocer los pasos del monstruoso personaje, terminas amándolo por su inteligencia, perspicacia y facilidad para engañar. Después del protagonista no hay nadie igual, porque él es único, inteligente, intuitivo, más que sabio es casi un genio con una sofisticada inteligencia que sobresale del común de los humanos, es el maestro del disfraz y no dudará en realizar paso por paso sus pretensiones para la ejecución de su próximo plan, aunque esté casi delatado siempre encuentra la manera de escabullirse y salir victorioso, pero ¿Qué jugada le espera su máxima ambición?

La estancia azul es el libro que te sorprende con cada página que lees porque vas siguiendo la trama y sientes que va a pasar algo específico y aunque te imaginas en que lugar y cuando será, realmente pasa otra cosa que te envuelve en el misterio y que logra evadir la realidad que planteabas en tu mente. Con cada palabra escrita vas atando cabos, pero siempre el personaje principal logra sorprenderte con sus acciones que te confunden y te atrapan en el más profundo mar de la trama, pero después te das cuenta que una y otra vez te ha engañado y hace siempre lo inesperado. 

La estancia azul mantiene a cada párrafo el factor humano en un mundo de acceso ilimitado además de construir en cada página una trama bien enlazada y cerrada. Está novela es la más excitante que he leído, lleva el suspenso cada vez más lejos: su ritmo nos mueve en una atmósfera de confusiones, donde el detalle más pequeño es decisivo en el nudo de cada paso dado por el protagonista. Este ritmo arrollador conduce más y más a la novela hacia un emocionante y explosivo final que nos deja palpitando el corazón hasta casi querer salir y sentir su golpeteo descomunal sobre nuestro pecho como un aleteo constante y preciso.

Addy Molina

miércoles, 14 de marzo de 2012

JUAN VILLORO (Me encantó conocerlo)



Recientemente termine de leer “El Libro Salvaje” de Juan Villoro. Un libro de corte infantil de lo más emocionante y entretenido, es de esos libros que me hacen soñar con bibliotecas enormes llenas de libros interesantes y en  esta ocasión, los libros tienen vida, se mueven de lugar y buscan a sus lectores.  Los lectores  a su vez les damos vida y podemos contribuir a modificar en cierta forma su narración. En fin, se los recomiendo si les agrada leer historias infantiles (no importa si eres adulto, todos tenemos nuestro niño interior al que hay que mimar de vez en cuando).

Ahora quisiera contarles que empecé a leer a Juan Villoro cuando tenía apenas 11 o 12 años (no recuerdo bien) fue cuando iba en secundaria y justamente en la clase de español nos hicieron leer “El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica”, fue el primer libro que termine de leer completo y aunque me lo dejaron de tarea, no fue obligado, lo disfrute muchísimo, gracias a Juan Villoro le tome gusto a la lectura, me abrió un mundo nuevo lleno de encantos.

Lo emocionante de todo este post es que lo que en realidad quiero compartir con ustedes no es recomendarles un libro o ni siquiera un autor, quiero compartirles una experiencia, de las mejores de mi vida.

Hace unos meses conocí a Juan Villoro en la firma de su primera historieta (o Novela Gráfica como le llaman ahora) “La Calavera de Cristal”, por supuesto que también conocí a Nicolás Echevarría que escribió el guión junto con Villoro, además también conocí a BEF, el ilustrador de esta historieta. Los tres firmaron mi libro y no es que quiera restarles importancia, simplemente llegué hasta ese lugar con única intención de conocer al escritor que hizo posible que la lectura se volviera parte de mi vida, Juan Villoro.

Me emocionó todo, desde su personalidad, su estatura (un hombre muy alto), su sonrisa pero sobre todo su voz y esa forma de irnos envolviendo en la presentación de su libro, siempre sonriendo y bromeando, de un carácter tan más hermoso que me emocione aun mas.  Al final de la presentación, llegó el gran momento de por fin saludarlo y darle mi libro para que lo firmara, estaba yo tan nerviosa, terriblemente ansiosa, pasaba de un lado a otro mi libro, sentía que mi rostro estaba como jitomate (no podía verme, pero así me sentía), además creo que mi cuerpo entero temblaba, jaja. Dirán que es una exageración todo este sentir, pero así era, de pronto mis emociones estaban invadiendo ese instante,  ese momento de conocer a alguien a quien admiras muchísimo y que nunca creíste poder llegar a conocer (no sé si alguna vez les ha pasado).

Ya cuando estuve frente a él, creo que me quede un poco pasmada, queriendo expresar mucho, sin decir nada, pero él fue bastante amable y sonriendo me animo a seguir la conversación, fue de lo más lindo, al final termine diciéndole que desde la secundaria comencé a leer gracias a él, me sentí apenada, pero no me importo. Allí estaba con él y cuando le dije que si podía retratarse conmigo, fue de lo más amable, él estaba sentado para más comodidad a la hora de firmar, pero me sorprendió mucho y me agradó en demasía que se levantara para que nos pudiéramos tomar la foto.

Y que les digo, que ahora esa foto, la guardo como un tesoro y aquí se las muestro.


 Esta es mi foto con Nicolás Echevarría que pude conocer esa ocasión (y que no sabía que estaría en la firma de libros, aun así aproveche la oportunidad para retratarnos).

Y esta otra, es mi foto con BEF (me encantaron sus ilustraciones).


 Y aquí está la foto de mi libro firmado.

 Y bueno, esa es mi anécdota con Juan Villoro…

Addy Molina